Ya
pueden incomodar lo que quieran los euroescépticos al Presidente del BCE en sus visitas parlamentarias por la eurozona,
que más allá de mostrarse visiblemente molesto por las preguntas de los
sectores más críticos con las políticas de expansión monetaria, no duda en
responder con firmeza cuando es interrogado acerca de la posibilidad de que un
país abandone la eurozona: “El euro es
irrevocable. Ese es el Tratado y no voy a especular sobre algo que no tiene
fundamento”. Ocurrió estos días en
lo que resultó ser una incómoda visita de dos horas al Parlamento holandés,
donde hubo de defenderse de acusaciones de poca trasparencia, de poner en
peligro el dinero de los ahorradores, o de romper los Tratados de la EU con sus
políticas de estímulo.
La
vida no aparenta tan agitada para el Gobernador
del Banco de Inglaterra, al que nadie pregunta por la supervivencia de la
libra, pero que se ha visto obligado a reconocer el excesivo optimismo de sus
previsiones de crecimiento en lo que va de año, aunque para demostrar que
confía, manifiesta su creencia en que un Brexit
suave permitirá subir los tipos de interés en los próximos tres años. No se hace un gran favor con tal afirmación,
porque de cómo será el Brexit tiene la misma idea que la actual Primer
Ministro, es decir, ninguna. A pesar de eso, la libra apenas se inmuta. En Japón, su banco central no ve llegado
el momento en el que sus políticas funcionen, sin que eso ensombrezca el papel
de divisa refugio que en tiempos de tormenta representa el yen, mientras que en
China, intentan a través de
incrementar gradualmente los tipos de interés, dificultar el acceso a la
financiación y contener el riesgo del posible estallido de burbujas. Lo de EE.UU. es más conocido. Inmerso en las
primeras fases del proceso de normalización de su política monetaria, no es
posible saber a estas alturas hasta donde llegará su política arancelaria, su
política fiscal, o su política exterior.
Pues
bien, a pesar de que el euro pueda estar en cuestión, de que los británicos no
saben adónde les llevará el Brexit, de que los japoneses no den con la forma de
salir de una situación de estancamiento crónica en la que llevan lo que parece
un tiempo inmemorial, de que en China traten de desinflar una burbuja de
crédito que ha servido para mantener un ritmo de crecimiento que solo es
explicable en un régimen de partido único, y de que en EE.UU. esté al mando
alguien que confía en que el proteccionismo será el que devuelva los puestos de
trabajo perdidos a consecuencia del progreso tecnológico, en los mercados
financieros, la complacencia es tal que aquellos índices que habrían de
advertirnos de los peligros de la inconsistencia y de los riegos de la
complacencia, se encuentran en sus valores mínimos de 23 años si tomamos como
referencia el llamado índice del miedo –el VIX-y
en mínimos de cinco años si nos atenemos a la volatilidad de los mercados de
divisas.
¿Continuará
esta complacencia? Los mercados confían en que los estímulos fiscales en EE.UU.
y los monetarios en Japón, Europa y China continúen dando soporte a la
situación actual, pero llegará el momento en el que esta actitud de esperar y
ver concluirá, y las tensiones propias
de la dificultad de acompasar el ajuste que precisa cada una de estas áreas
provoque un incremento de la volatilidad. ¿Necesitará EE.UU. acelerar su alza
de tipos? ¿Llevará a cabo Europa las reformas estructurales que el BCE demanda?
¿Conseguirá China desinflar su burbuja de crédito? ¿Pondrá Japón fin a su
política monetaria expansiva? Demasiadas incógnitas para dar por buena la
actual complacencia.
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