Cuando
este verano se cumplan diez años desde que los primeros síntomas de la crisis
activaron las políticas monetarias ultraexpansivas, solo la Reserva Federal estará discurriendo por
las fases iniciales de un camino de vuelta que ellos mismos aventuran largo. El
español que durante ocho años formó parte del Comité Ejecutivo del BCE,
afirmaba el viernes
que no será hasta finales de 2018 cuando el BCE inicie ese camino elevando los
tipos de interés. Según él, en junio se
empezará a avisar del fin de los estímulos, desde otoño reducirá las compras de
títulos hasta finales de 2018 y entonces procederá a elevar los tipos. El
aviso, sorprendente por lo concreto, alcanza a todos, pero tiene como
destinatario principal a los bancos, a los que restaría ese periodo para
preparar la desaparición de las ayudas.
¿Podemos
creer el pronóstico? Las dificultades para resolver la crisis del Banco Popular ya sea mediante su
absorción por otra entidad o mediante el recurso al mercado, es un ejemplo de
las dificultades de los bancos para alimentar sus cuentas de resultados con
aquello que les es propio, el negocio financiero. Mientras el BCE mantenga el
tipo con el que carga sus depósitos, la rentabilidad tardará en aparecer. Si
los resultados no vienen por el negocio, las exigencias de capital habrán de
cubrirse recurriendo al mercado, justo al mismo lugar donde los bancos
centrales, abandonando su papel de compradores, pasarán, siquiera tímidamente,
a vender papel, concurriendo con los bancos privados que precisan reforzar su
capital. Solo los cuatro principales bancos centrales (EE.UU. R.U, Japón y EZ) acumulan 14 billones de activos
financieros, cifra cercana al PIB norteamericano. Muy lentas habrán de ser las
ventas si no quiere correrse el riesgo de que lo que ahora aparenta el mar de
la tranquilidad, -mínimos históricos de volatilidad y máximos históricos de
bonos y acciones-, mute en desbandada que se lleve por delante los esfuerzos de
una década, que si bien evitó la depresión, deja una sociedad occidental en
retroceso en muchos ámbitos, incluidos los valores asociados a las democracias
liberales de economía de mercado. Los
datos hablan. En 2004 las economías desarrolladas contabilizaban el 54% del PIB
mundial. Ahora el 60% procede de las
emergentes. En 1995 el PIB del G7
duplicaba a las siete emergentes más
importantes. Si atendemos a los estudios, en 2040 será al revés. En el año 2000, las reservas de divisa eran
de 1.16 billones en los desarrollados por 0.66 billones de las emergentes. En
2015, 3.98 billones en los primeros por 7.52 de los segundos. La tendencia es
clara, y es que el orden establecido en base al que solemos interpretar en Occidente lo que observamos, está
mutando. Lo hace en lo económico, pero también en lo político, donde los ciudadanos
parecen cada vez más dispuestos al canje de libertad por promesas de seguridad.
Han empezado británicos y norteamericanos, pero es en Europa donde los principales factores de riesgo, envejecimiento y
crisis del estado de bienestar, son
comparativamente mayores. Es posible que
en base a las actuales consideraciones políticas, el dólar aparente más
vulnerable, pero cabe preguntarse si no es más frágil a medio plazo la
exposición de Europa.
Como
ocurrió hace 10 años, norteamericanos y británicos van por delante, pero, puede ser Europa donde se acuse con más
intensidad. ¿No es acaso muy arriesgado pensar en una pronta normalización
monetaria poniendo en el centro a los bancos, cuando países como Francia ni siquiera han iniciado su
programa de reformas? Quizá la debilidad del euro se extienda más allá de donde
ahora pensamos. Al fin y al cabo el actual presidente norteamericano puede ser
pronto parte de la historia, mientras que en Europa queda mucho por
refundar.
n El asesor comercial de Trump desconoce que en la UE solo se cierran acuerdos comerciales en
conjunto.
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