Ahora
que las elecciones alemanas abandonan la escena, y al margen de la “crisis constitucional
en España” como la
denomina The Economist, parecería
casi despejado el camino -con el permiso de Italia- que tanto espacio ocupó este año, cuando los procesos
electorales en buen número de países amenazaban con cuestionar la propia
existencia de la UE. Desde entonces, y a pesar de la amputación de
Reino Unido, Europa ha pasado a ser la campeona en la preferencia de los
inversores y más allá de lo evidente que viene de mano de la apreciación del
euro desde la derrota de la extrema derecha en las elecciones francesas, hoy
sigue siendo común que los analistas defiendan que son los mercados y activos
europeos los preferidos en sus carteras,
en un momento donde la eurozona registra su mayor tasa de crecimiento en
seis años, -2,3% en el segundo trimestre-, donde los indicadores adelantados
alumbran que esto seguirá en ascenso, y hasta donde Italia, reducto final de
las incógnitas europeas, puede presumir de mostrar en su índice bursátil, un
avance del ¡42%! en los últimos 12 meses. Imagine si además el inversor lo hizo
desde el dólar.
Hasta
aquí lo ya recorrido, con un recién elegido presidente en Francia, y a punto de iniciarse el cuarto mandato de la Canciller
alemana, todo parece a favor del proyecto europeo, que como señalaba satisfecho
un analista, afronta por primera vez en su historia la posibilidad de un salto
adelante en un entorno que no es de crisis sino lo contrario. Tan pronto como
el martes, el Presidente francés pronunciará lo que se espera un importante
discurso en el que supuestamente detallará un conjunto de reformas que a su
criterio ha de efectuar Europa, posiblemente tratando de adelantarse a una
recién reelegida Canciller a la hora de mostrar su voluntad de liderazgo. No hay duda que estamos en tiempos dulces
para la eurozona y que como
consecuencia no será mucho lo que, a pesar del malestar del BCE y de las quejas de líderes
empresariales europeos por su recién ganada fortaleza, el euro pueda sufrir a consecuencia propia.
Si
algo ha de cambiar seriamente en la relación entre las dos grandes divisas de
aquí a final de año, tendrá que venir de la mano de un sustancial cambio de
expectativas sobre EE.UU. que
habrían de surgir desde la Casa Blanca
en forma de recuperar, siquiera parte, de lo que recién elegido su actual
inquilino, se conoció como el “reflation trade”,
suma de expectativas de crecimiento e inflación, un par empujado por las
consecuencias de una política fiscal expansiva, -que continua sin aparecer- y
por el pleno empleo que se supone -si la Curva
de Phillips continua siendo de aplicación- asociado a procesos
inflacionistas. Hace bien la Presidenta
de la FED en reconocer que
desconocen los motivos por los que la inflación no da síntomas de aparecer, y
aunque ello no ha sido óbice para que reiterase la intención de seguir elevando
los tipos de interés, los inversores, aun aceptando que en diciembre los tipos
serán elevados de nuevo –un 69% es la probabilidad que asignaban los mercados
de futuros al final de la semana- siguen, erre que erre, sin creer que 2018
verá tres nuevas alzas. Como demostró el comportamiento del mercado tras la
reunión de esta semana de la FED, la apreciación del dólar precisa para su consolidación ofrecer algo más que promesas
de elevación de tipos, y aquellos que, a pesar de nuestras serias dudas sobre
el inquilino de la Casa Blanca, nos resistimos a sumarnos a la corriente euro
alcista, vamos a tener que seguir armados de paciencia para defender la
convicción de que la fuerte apreciación del euro exigirá para mantenerse algo
más que discursos. La hora de los hechos llega a Europa tras las elecciones
alemanas. Veamos hasta qué punto las expectativas se ven cumplidas.