lunes, 27 de junio de 2011

INTEGRACION vs DISOLUCIÓN

Grecia. Lo siento, pero es lo más importante que tenemos frente a nosotros en los próximos días. Cuando en el fin de semana del 13 y 14 de septiembre de 2008 se negociaba en Nueva York el futuro de todo el sistema financiero norteamericano, la caída de Lehman parecía un mal menor, cuando no un peaje a pagar para salvar la cara frente al llamado riesgo moral. Se dice que entonces se aprendió una lección, que sería una decisión que a la vista de las consecuencias, nunca debía de haberse tomado, y por lo tanto, no volvería a repetirse. Se negoció durante todo el fin de semana, hasta que el domingo por la tarde, las conversaciones cesaron, y una vez puestas a salvo otras entidades como Merrill Lynch, se abrieron las mesas de negociación de los bancos para proceder a una liquidación “ordenada” de los contratos con Lehman. Lo que se desató en los días siguientes nos ha traído hasta aquí.

Casi tres años después, Grecia parece demasiado pequeña como para generar un seísmo similar. Todo el mundo confía en que se ha aprendido la lección; y con razón se señala que no se han saltado todas las normas en la UE y en el BCE como para tropezar ahora en un error semejante. Nadie se fía del todo, pero tampoco nadie quiere imaginar que se repita el error. Esencialmente, la mayor parte del mundo entiende que cuando se pregunte a los bancos acreedores de Grecia sobre su voluntariedad para participar en el rescate, ninguno va a decir que no a un plan que tiene por objeto salvarles precisamente a ellos. Pero para llegar hasta ahí, hay que superar otros obstáculos, y el de mañana martes es el primero de una lista sobre la que se dice desde Bruselas que no tiene un Plan B. Si el Parlamento griego rechazase aprobar el nuevo plan de ajuste, no habría más ayudas. Es posible que la votación se retrase, porque parece absurdo pensar que vaya a celebrarse sin que el Gobierno tenga garantías de obtener la aprobación. Pero cuanto más retraso, más dudas, y por lo tanto, más riesgo de que los mercados entren en modo “gran preocupación” cuando no pánico. La cuestión es que ahora todo el mundo sabe que el problema es de solvencia, que no se resuelve con una inyección de liquidez, y que los gobiernos no tienen margen para hacer frente a un nuevo cierre de los mercados financieros como el que se registró tras la quiebra de Lehman. No es raro que la lectura de las secciones de economía deje el corazón encogido, pero me imagino en la piel de un griego, que en ninguna parte puede leer algo que signifique otra cosa que la exigencia de un insoportable esfuerzo de resultados muy inciertos.

Lo que queda, es que el euro tiene un serio problema. Pero sin necesidad de ser optimistas, es muy improbable que esta fase no se supere. La unión monetaria europea es un proyecto fundamentalmente político, y si de hoy en tres o cinco años, el euro todavía existe, no será porque se haya encontrado la solución para Grecia, sino porque los grandes países europeos, hayan decidido que es interés de todos, más integración. O esto, o la disolución.

Y porque es asunto de unos pocos años, me resulta difícil aventurar que el euro pueda ganar en ese tiempo alguna partida seria al dólar.

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