
“Los mercados están perdiendo confianza en la capacidad de la Unión Europea para mantener intacta la moneda única”. La cita corresponde a un artículo de The Economist de esta semana en el que examinando los problemas del euro, critica la actitud de los ministros de finanzas de la eurozona que actúan “como si el tiempo estuviese de su lado”. Hubo un tiempo en el que Alemania hizo cuentas e intentó estimar que coste sería mayor, si dejar quebrar a Grecia y dedicar entonces sus recursos a salvar a su propia banca, o por el contrario, mantener la apariencia de la inexistencia de problemas propios y centrar sus esfuerzos en ayudar a los griegos. El objetivo era el mismo: limitar el perjuicio propio. A la vista de casi todos, la ayuda a Grecia ha sido un clamoroso fracaso, y ahora solo resta discutir como se asumen las difíciles consecuencias. Dos aspectos a tener en cuenta. El primero la posibilidad de un efecto contagio, que lleve a los mercados a asumir el mismo fracaso en los planes irlandés y portugués. El segundo, la forma en la que se administrará ese fracaso y como se repartirán sus costes. Los alemanes pueden estar echando cuentas de nuevo. Es muy posible que en sus cuentas ya incorporen una situación semejante a la griega en Irlanda y Portugal. El BCE parece haber hecho las suyas, y atendiendo a como se manifiesta, parecen no salirle. Más dinero a los griegos es lo que a corto plazo a todos resultaría más cómodo. La alternativa, es decir, que parte de la cuenta la paguen los bancos privados es lo que el BCE no quiere. Supone que el sistema financiero podría colapsar.
Por definición, los cisnes negros, que son los que dan origen a los colapsos, aparecen sin avisar, y en este caso todos están más que avisados, de modo que seguro que algún camino se encuentra para ajustarse a lo que los bancos pueden digerir. Suponiendo que así fuese, ¿dónde está entonces el cisne negro? Cabe pensar que uno de los lugares en los que anide no esté muy lejos. Dos aspectos me llamaron la atención ayer en mi conversación con el responsable político de un área municipal que en breve cederá su puesto. El primero, su sorpresa por la magnitud de la derrota en su propio municipio, donde la dedicación, la inversión y la prestación de servicios al ciudadano apenas se habían resentido con la crisis. El segundo, y precisamente por eso, lo que podía emerger en las cuentas con la llegada de un nuevo equipo. Nos lleva esto a considerar que a veces las cosas ni son justas, ni son como parecen y bien pueden unos pagar las facturas de los otros. A pesar de todo, y por mucho que esto haya podido tener influencia en el euro, que la ha tenido, España no es lugar en este momento donde aniden cisnes negros. Quizá patos, que no cisnes. De hecho, y no es consuelo, pocos discutirían a estas alturas que las decisiones de política económica del gobierno español están bajo la tutela y cuidada vigilancia de nuestros vecinos acreedores. El cisne negro europeo, el que puede cuestionar la viabilidad de la UME, es posible que esté anidando en algún lugar del continente entre Francia y Alemania.
Por definición, los cisnes negros, que son los que dan origen a los colapsos, aparecen sin avisar, y en este caso todos están más que avisados, de modo que seguro que algún camino se encuentra para ajustarse a lo que los bancos pueden digerir. Suponiendo que así fuese, ¿dónde está entonces el cisne negro? Cabe pensar que uno de los lugares en los que anide no esté muy lejos. Dos aspectos me llamaron la atención ayer en mi conversación con el responsable político de un área municipal que en breve cederá su puesto. El primero, su sorpresa por la magnitud de la derrota en su propio municipio, donde la dedicación, la inversión y la prestación de servicios al ciudadano apenas se habían resentido con la crisis. El segundo, y precisamente por eso, lo que podía emerger en las cuentas con la llegada de un nuevo equipo. Nos lleva esto a considerar que a veces las cosas ni son justas, ni son como parecen y bien pueden unos pagar las facturas de los otros. A pesar de todo, y por mucho que esto haya podido tener influencia en el euro, que la ha tenido, España no es lugar en este momento donde aniden cisnes negros. Quizá patos, que no cisnes. De hecho, y no es consuelo, pocos discutirían a estas alturas que las decisiones de política económica del gobierno español están bajo la tutela y cuidada vigilancia de nuestros vecinos acreedores. El cisne negro europeo, el que puede cuestionar la viabilidad de la UME, es posible que esté anidando en algún lugar del continente entre Francia y Alemania.