Los
conflictos políticos generan incertidumbre económica de diferente índole,
afectando en tiempo desigual a patrimonios, rentas y salarios. La diferencia de percepción y por lo tanto de
reacción ante un conflicto radica en parte en el tiempo percibido de impacto, y
así, mientras un asalariado no tiene conciencia de una amenaza inmediata, lo
que rebaja para él la gravedad del conflicto, el propietario de un patrimonio
trata de hacer un inmediato balance de posibles consecuencias, y con sus
decisiones afecta al curso del propio conflicto.
El
crecimiento de la economía mundial en el último siglo, ha venido acompañado de
un enorme crecimiento del patrimonio financiero, con dos características diferenciales
respecto al patrimonio secular basado en bienes raíces: volatilidad y
movilidad. El cambio de sede social de empresas desde Cataluña es un ejemplo de respuesta inmediata ante la amenaza
percibida de pérdida de valor, y las
cotizaciones bursátiles que responden con inmediatez al simple anuncio, una de
sus manifestaciones más visibles. Un
clásico en el análisis de inversiones son los estudios que demuestran que
frente a cualquier otra alternativa, la renta variable siempre ha conservado
mejor el valor del patrimonio, a condición de estar suficientemente
diversificado. Los últimos 100 años son
un buen campo de prueba. Un relato de este periodo destaca que “desde el inicio del siglo XX, el mundo ha
presenciado al menos una docena de hiperinflaciones, 20 recesiones, casi 200
impagos de deuda soberana, dos crisis financieras mundiales y 12 mercados
bajistas. El panorama geopolítico fue aún peor: siete pandemias mundiales, dos
guerras mundiales, cientos de guerras civiles o regionales, más de 2.000
detonaciones nucleares, así como revoluciones comunistas tanto en los países
más grandes como en los más poblados del mundo”. Ante un recuento de
acontecimientos tan demoledor, el estudio indica que desde el año 1.900 el
rendimiento de la acciones en EE.UU.
ha sido de un promedio anual del 9,6%, un 4,6% de los bonos y un 3,5% de los
activos inmobiliarios. Tres puntos porcentuales menos si consideramos la
inflación. Ni tan mal, si no fuera porque cada parte no se representa ni mucho
menos por el promedio del todo. No es
tan fácil, pero en tiempos en los que se siente la amenaza tan próxima ayuda a
pasar la noche mejor.
España está
entre los países más endeudados del mundo, tanto relativo a su tamaño, como en términos
absolutos. Entre los mayores
destructores permanentes de patrimonio está el impago de deuda, jinete junto al
que cabalgan los otros tres: inflación, guerras y revoluciones. La crisis de
Cataluña es un acontecimiento que destruye valor –arriesga impagos y trae ecos
de revolución- y eso pone en alerta a nuestros prestamistas. De cuanto dure y
cómo se gestione el conflicto dependerá la profundidad de los daños, pero
aceptando que pueda discutirse la distribución de responsabilidades de haber
llegado hasta aquí, la decisión de los partidos del bloque constitucionalista de recuperar la legalidad y llamar a
elecciones es cuando menos un ejercicio de realismo que a la par que reconoce
que la complejidad a la que se ha llegado en el proceso descentralizador lo
hace difícilmente reversible, y por lo tanto no gestionable desde fuera de
Cataluña, trata de limitar el tiempo de
los daños. Cataluña, como muchas otras comunidades autónomas, está mucho más
cerca en su funcionamiento y estructura de un Estado independiente que de un
territorio de descentralización administrativa, y eso tiene difícil vuelta atrás,
de modo que en interés de todos, mejor sofocar pronto los amagos de incendio y
sin perder más tiempo, ni mirar atrás, empujar hacia adelante. En eso, y aunque sea poco, hasta lo que ha
decidido el BCE, ayuda.
n A la espera del probable relevo
en la Presidencia de la FED, el BCE encara una renovación casi total
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