viernes, 30 de septiembre de 2011

ENTRE DOS MODELOS DIABOLICOS


"La semana pasada me encontré en el aeropuerto con un colega que había trabajado conmigo en el Ministerio de Finanzas y ahora es presidente de un gran banco. Hablamos de la crisis de la zona euro y me dijo: 'Después de todas estas conmociones políticas y económicas que estamos pasando va a ser muy raro que en los próximos diez años podamos escapar sin una guerra, así que estoy pensando en sacar la green card para mis hijos y emigrar a Estados Unidos". El relato corresponde al ministro de finanzas polaco y lo exponía el pasado día 14 en el Parlamente europeo. Era recogido en un artículo por el diario El País. Seguramente representa el pesimismo extremo que una parte de la sociedad siente sobre el futuro de Europa. Decir que es excesivo y bla, bla, bla, no es mucho más sensato que la visión pesimista. 

Explicar donde nos encontramos es un poco más sencillo, y también aventurar de que depende la salida. No estamos ante una crisis de ciclo que se solvente por un reajuste entre oferta y demanda. La deuda acumulada en las economías desarrolladas fue en gran parte destinada a compensar el modesto incremento de la participación de los salarios en el crecimiento del PIB, y se destinó a financiar el consumo incrementando el valor de los activos. Ahora los activos se deprecian, los acreedores quieren que el dinero les sea devuelto, y ocurre en un momento en el que no hay forma material de generar una expectativa razonable de que los deudores puedan hacer frente a las deudas. Se trató de romper la dinámica bajista a través del gasto público y de intentar frenar el deterioro del precio de los activos. Y se sigue intentando, pero no ha funcionado y la situación es grave. Lo es más en Europa, porque los bancos están en atrapados en un mar de deuda soberana que ahora se ha convertido en una bomba. Ni en las peores pesadillas pensaron los bancos tener problemas con la deuda soberana, y ahora los hay, y son tan serios que amenazan la existencia del euro. Si un país no atiende a sus obligaciones, lo puede hacer cualquier otro. Aquí radica el enorme peligro en el que ahora vivimos. Se está tratando de cerrar un círculo que permita cortar la propagación, y eso exige un compromiso que algunos países no quieren, o no pueden asumir. El tiempo es limitado, y sin embargo la solución compartida no aparece. Alemania no acaba de aceptar que tiene que pagar una parte considerable de la cuenta, y sin una solución del tipo “caja única” que según versiones puede ir desde un EFSF reforzado a los eurobonos, parece muy difícil que el fuego griego no se propague.

No conviene engañarse. Se está pidiendo a Alemania que se eche a Europa sobre los hombros y no será fácil, y desde luego no parece que vaya a ser rápido. Pero Alemania tendrá que elegir entre dos modelos diabólicos. O acepta el peso que cree injusto soportar y Europa se salva a cambio de someterse al modo alemán, o renuncia por dejación y/o cansancio liberando los viejos fantasmas del nacionalismo europeo hasta ahora soterrados bajo pesadas losas de años de instituciones y política común. Es una elección clara, pero difícil, y el discurso que en defensa del euro hizo la Canciller alemana es alentador. Sin embargo, nos estamos quedando sin tiempo, y la amenaza ya se siente demasiado cerca como para ocultarla o negarla.

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