Definitivamente no somos iguales. Cuando la crisis nos golpeó en la parte más aguda de su fase financiera, todos parecíamos igual de indefensos. Algunos creían estar en mejor posición comparada y de ahí las alabanzas que en aquellos momentos recibió el sistema de provisiones del sector financiero español; desde dentro alardes, pero tambien alabanzas desde fuera. Cuando la situación “al borde del precipicio” dejó lugar a otra menos dramática, pero en la que empezaban a evidenciarse los daños, pasamos desde la incredulidad a tratar de articular una respuesta. Nos animaba en buena medida la reacción inmediata de los gobiernos de los paises más desarrollados primero, y otros como China después. Es dificil saber como acabará la historia, pero hay que reconocer que la experiencia y el conocimiento sobre los años de la Gran Depresión definitivamente parece habernos ayudado a que muchos estemos donde todavía estamos. Desde que se ha hecho popular Nicolas Taleb, el autor de “El Cisne Negro”, son muchos los que recuerdan que los humanos somos muy capaces de aprender de lo que nos acontece, pero apenas aprovechamos nada de las experiencias “cerca de la muerte” que acaban por no concretarse. Bueno es celebrar que juntos hemos pasado lo peor, pero a partir de ahí, empiezan las diferencias.
En una economía como la española, todos los agentes asumen un largo periodo lleno de dificultades. No es solo en España, pero sobre todo en España. Nuestro extraordinario nivel de bancarización tiene mucho que ver con esa pobre expectativa, del mismo modo que nuestra concentración sectorial en construcción, turismo y automóvil. Junto a ello, antes o después, todos argumentan la dualidad del mercado de trabajo. Pero para muchos, cada vez más, la ausencia de reformas estructurales y la concentración del Gobierno en medidas paliativas, supone un fuerte lastre para la recuperación. Eso nos hace todavía más diferentes, hasta el punto que al mismo tiempo que somos los que más puestos de trabajo destruimos, también somos los que más crecemos en productividad. Se ve que los que conservamos el empleo hemos decidido absorber buena parte del trabajo de aquellos que lo han perdido.
Pero lo peculiar de nuestra situación –de por si peculiar- no es lo que explica las diferencias de trazo grueso. La diferencia la marca el tipo de política económica y el nivel de riesgo asumido. Estados Unidos ha optado por jugárselo a una carta, y a pesar de todo puede haberse quedado corto. Ha introducido medidas de estímulo que comprometen hasta un 5% de su PIB, con la intención de conseguir la reignición autopropulsada, pero apenas ha comenzado aún a hablar de medidas de contención del déficit fiscal. Las estimaciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso para la deuda pública son de 12 billones de dólares en 2015, más del doble de la cifra de 2008, que a pesar de que no supondrá entonces más del 70% del PIB, -la deuda italiana actual representa más del 110%- introduce un gran factor de inestabilidad, pues precisa del ahorro exterior, propietario actual de más de un 60% del importe total de deuda pública norteamericana en circulación. Si bien el intento norteamericano puede fallar, y según los más pesimistas es incluso suicida, en Europa, donde los compromisos han sido mucho más modestos, y donde ya se habla más del déficit y la deuda que de la propia recuperación, la probabilidad de una recuperación autopropulsada se ve reducida por la menor cantidad de recursos fiscales puestos en juego, y por la sospecha de los agentes económicos, de que la cicatería inicial, forzará nuevos planes, tambien cicateros, de modo que la dinámica de planes y fracasos siguiendo el modelo japonés, mantenga un relativo control sobre las cuentas públicas, pero alimente la idea de una sociedad en estado de protección y subsidio. Los paises exportadores como Alemania, tienen una posible válvula de seguridad, pero no es el caso común. Con China, también las cosas son diferentes. Una explosión del crédito, –crecimientos interanuales de hasta el 150% tras el estallido de la crisis- seguido ahora de medidas timidamente paliativas de los excesos que eso genera. Esto significa que los asiáticos, no lo tienen claro. ¿Estamos mejor que hace un año? Mucho mejor. Simplemente, porque una buena parte todavía estamos. Sin embargo ahí se acaba lo que compartimos. Las diferencias surgen cuando nos preguntamos: ¿Y como estamos?
En una economía como la española, todos los agentes asumen un largo periodo lleno de dificultades. No es solo en España, pero sobre todo en España. Nuestro extraordinario nivel de bancarización tiene mucho que ver con esa pobre expectativa, del mismo modo que nuestra concentración sectorial en construcción, turismo y automóvil. Junto a ello, antes o después, todos argumentan la dualidad del mercado de trabajo. Pero para muchos, cada vez más, la ausencia de reformas estructurales y la concentración del Gobierno en medidas paliativas, supone un fuerte lastre para la recuperación. Eso nos hace todavía más diferentes, hasta el punto que al mismo tiempo que somos los que más puestos de trabajo destruimos, también somos los que más crecemos en productividad. Se ve que los que conservamos el empleo hemos decidido absorber buena parte del trabajo de aquellos que lo han perdido.
Pero lo peculiar de nuestra situación –de por si peculiar- no es lo que explica las diferencias de trazo grueso. La diferencia la marca el tipo de política económica y el nivel de riesgo asumido. Estados Unidos ha optado por jugárselo a una carta, y a pesar de todo puede haberse quedado corto. Ha introducido medidas de estímulo que comprometen hasta un 5% de su PIB, con la intención de conseguir la reignición autopropulsada, pero apenas ha comenzado aún a hablar de medidas de contención del déficit fiscal. Las estimaciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso para la deuda pública son de 12 billones de dólares en 2015, más del doble de la cifra de 2008, que a pesar de que no supondrá entonces más del 70% del PIB, -la deuda italiana actual representa más del 110%- introduce un gran factor de inestabilidad, pues precisa del ahorro exterior, propietario actual de más de un 60% del importe total de deuda pública norteamericana en circulación. Si bien el intento norteamericano puede fallar, y según los más pesimistas es incluso suicida, en Europa, donde los compromisos han sido mucho más modestos, y donde ya se habla más del déficit y la deuda que de la propia recuperación, la probabilidad de una recuperación autopropulsada se ve reducida por la menor cantidad de recursos fiscales puestos en juego, y por la sospecha de los agentes económicos, de que la cicatería inicial, forzará nuevos planes, tambien cicateros, de modo que la dinámica de planes y fracasos siguiendo el modelo japonés, mantenga un relativo control sobre las cuentas públicas, pero alimente la idea de una sociedad en estado de protección y subsidio. Los paises exportadores como Alemania, tienen una posible válvula de seguridad, pero no es el caso común. Con China, también las cosas son diferentes. Una explosión del crédito, –crecimientos interanuales de hasta el 150% tras el estallido de la crisis- seguido ahora de medidas timidamente paliativas de los excesos que eso genera. Esto significa que los asiáticos, no lo tienen claro. ¿Estamos mejor que hace un año? Mucho mejor. Simplemente, porque una buena parte todavía estamos. Sin embargo ahí se acaba lo que compartimos. Las diferencias surgen cuando nos preguntamos: ¿Y como estamos?
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