lunes, 22 de enero de 2018

LA CALAMIDAD


Si nos quedamos en lo que ofrece la estadística en cuanto a la evolución de la economía mundial en general y la norteamericana en particular, nadie diría que hace un año que la primera potencia mundial está liderada por un presidente al que muchos consideramos una calamidad. No ha habido recompensa para los pesimistas y atendiendo a lo visto, tendrán buen cuidado de no repetir el error en 2018. La economía norteamericana acabará 2017 con un crecimiento del 2.3% frente al 1.5% de 2016, con una tasa de desempleo del 4.1% (estaba en el 4.8% hace un año), los salarios creciendo a un ritmo superior al 2.5%, la confianza de los consumidores al alza, los mercados de renta variable en máximos históricos, sin signos de una guerra comercial a la vuelta de la esquina y con una política fiscal expansiva, que aunque con un recorte de impuestos menor del que se anunció, -pretendía un Impuesto de Sociedades al 15% y se quedó en el 21%- todavía tiene que surtir sus efectos. Al menos el primer año de “la calamidad” se supera mucho mejor de lo que se esperaba y sobre todo con escasa agitación en el frente económico. Por fortuna, sus peores propuestas, particularmente las referidas a la restricción del comercio, no han sido aplicadas todavía, y ni el acuerdo de libre comercio con México y Canadá ha sido liquidado, ni las sanciones a China ni los aranceles con los que amenazaba a productos chinos y mejicanos han sido impuestos.

Esto no quiere decir que en otros aspectos sus decisiones sean inocuas y basta recordar el portazo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), o su anuncio de retirada de Acuerdo de París sobre el cambio climático, o las decisiones tomadas en el campo de la inmigración que preludian una regulación muy restrictiva. Todas ellas son decisiones que afectan a la estructura económica a medio plazo y limitan el crecimiento potencial, reduciendo por lo tanto la capacidad de generar recursos siquiera para atender la ingente deuda generada durante los años de la crisis.

Podría argumentarse que la fuerte depreciación del dólar del último año es víctima de estos aspectos estructurales, pero ¿cómo relacionarlo entonces con el hecho de que el mayor índice bursátil norteamericano, el S&P 500, haya alcanzado estos días su mayor periodo continuado desde 1929 sin registrar siquiera una corrección del 5%?; exactamente 395 días, casi los mismos que hace que supimos quién llegaba a la Casa Blanca. Difícil argumentar algo así, salvo que queramos considerar que los mercados de divisas estén habitados por seres excepcionalmente visionarios. Posiblemente los argumentos para la debilidad del dólar radiquen precisamente en valoraciones comparables de activos que, en un mercado inundado de dinero barato, veía como los norteamericanos se volvían particularmente caros en relación a los europeos, y atraídos por un inesperado y positivo resultado frente a los pesimistas augurios que pronosticaban las encuestas de las elecciones celebradas en diversos países europeos en 2017, decidieron que ya bastaba con asumir el cambio de ciclo en el mercado de bonos norteamericano y que podían estar más a salvo si en lugar de liquidar bonos americanos y comprar bolsa americana, aprovechaban la debilidad del euro para comprar la –solo un poco- más barata bolsa europea.  La larga ausencia de correcciones, también en el mercado de divisas, no es algo que dure siempre. Y menos cuando quién está por medio es alguien tan complejo como “la calamidad”.  Veremos.       


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