lunes, 29 de mayo de 2017

MUCHO POR REFUNDAR



Cuando este verano se cumplan diez años desde que los primeros síntomas de la crisis activaron las políticas monetarias ultraexpansivas, solo la Reserva Federal estará discurriendo por las fases iniciales de un camino de vuelta que ellos mismos aventuran largo. El español que durante ocho años formó parte del Comité Ejecutivo del BCE, afirmaba el viernes que no será hasta finales de 2018 cuando el BCE inicie ese camino elevando los tipos de interés.  Según él, en junio se empezará a avisar del fin de los estímulos, desde otoño reducirá las compras de títulos hasta finales de 2018 y entonces procederá a elevar los tipos. El aviso, sorprendente por lo concreto, alcanza a todos, pero tiene como destinatario principal a los bancos, a los que restaría ese periodo para preparar la desaparición de las ayudas.

¿Podemos creer el pronóstico? Las dificultades para resolver la crisis del Banco Popular ya sea mediante su absorción por otra entidad o mediante el recurso al mercado, es un ejemplo de las dificultades de los bancos para alimentar sus cuentas de resultados con aquello que les es propio, el negocio financiero. Mientras el BCE mantenga el tipo con el que carga sus depósitos, la rentabilidad tardará en aparecer. Si los resultados no vienen por el negocio, las exigencias de capital habrán de cubrirse recurriendo al mercado, justo al mismo lugar donde los bancos centrales, abandonando su papel de compradores, pasarán, siquiera tímidamente, a vender papel, concurriendo con los bancos privados que precisan reforzar su capital. Solo los cuatro principales bancos centrales (EE.UU. R.U, Japón y EZ) acumulan 14 billones de activos financieros, cifra cercana al PIB norteamericano. Muy lentas habrán de ser las ventas si no quiere correrse el riesgo de que lo que ahora aparenta el mar de la tranquilidad, -mínimos históricos de volatilidad y máximos históricos de bonos y acciones-, mute en desbandada que se lleve por delante los esfuerzos de una década, que si bien evitó la depresión, deja una sociedad occidental en retroceso en muchos ámbitos, incluidos los valores asociados a las democracias liberales de economía de mercado.  Los datos hablan. En 2004 las economías desarrolladas contabilizaban el 54% del PIB mundial.  Ahora el 60% procede de las emergentes. En 1995 el PIB del G7 duplicaba a las siete emergentes más importantes. Si atendemos a los estudios, en 2040 será al revés.  En el año 2000, las reservas de divisa eran de 1.16 billones en los desarrollados por 0.66 billones de las emergentes. En 2015, 3.98 billones en los primeros por 7.52 de los segundos. La tendencia es clara, y es que el orden establecido en base al que solemos interpretar en Occidente lo que observamos, está mutando. Lo hace en lo económico, pero también en lo político, donde los ciudadanos parecen cada vez más dispuestos al canje de libertad por promesas de seguridad. Han empezado británicos y norteamericanos, pero es en Europa donde los principales factores de riesgo, envejecimiento y crisis del estado de bienestar,  son comparativamente mayores.  Es posible que en base a las actuales consideraciones políticas, el dólar aparente más vulnerable, pero cabe preguntarse si no es más frágil a medio plazo la exposición de Europa.

Como ocurrió hace 10 años, norteamericanos y británicos van por delante, pero,  puede ser Europa donde se acuse con más intensidad. ¿No es acaso muy arriesgado pensar en una pronta normalización monetaria poniendo en el centro a los bancos, cuando países como Francia ni siquiera han iniciado su programa de reformas? Quizá la debilidad del euro se extienda más allá de donde ahora pensamos. Al fin y al cabo el actual presidente norteamericano puede ser pronto parte de la historia, mientras que en Europa queda mucho por refundar.  


n  ¡Asombroso! El G7 se compromete a luchar contra el proteccionismo.
n  El asesor comercial de Trump desconoce que en la UE solo se cierran acuerdos comerciales en conjunto.


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