Quizá
con el estruendo generado por la crisis de Cataluña
no se ha dado cuenta, pero Alemania
sigue sin formar gobierno, y aunque aún quedan siete semanas para acabar el
año, el asunto no está ni mucho menos resuelto. Lo más claro es que la
coalición será la llamada Coalición
Jamaica –en Alemania asocian colores a los partidos y Verdes (obvio), Liberales
(amarillo) y Demócrata Cristianos
(negro)-, y estos tres están condenados a entenderse, dado el paso atrás de los
Socialdemócratas desde el primer
día, irritados con el pobre resultado electoral, y el apartamiento que se
pretende de Alternativa por Alemania,
la extrema derecha eurófoba.
¿En
que pueden poner de acuerdo los democristianos a verdes y liberales? En poca
cosa. Sus posiciones divergen en todos los asuntos considerados esenciales:
inmigración, proyecto europeo, seguridad, política exterior…, en fin, que
aunque el país está acostumbrado a gobernar en coalición -los gobiernos
monocolor son excepción- apostar por una tardía formación de gobierno -quizá
enero- no parece muy arriesgado, y esperar un programa ambicioso con Europa, que es lo que aquí nos importa,
una ilusión.
Los
acuerdos serán de mínimos, de modo que el eje franco-alemán tan aludido como
nuevo motor europeo tras la victoria del “outsider” Macrón en las presidenciales francesas, puede resultar un eje
descafeinado. Las ambiciones expresadas por el presidente francés en su celebrado discurso
del pasado septiembre en La
Sorbona, pueden quedar barridas por el practicismo alemán, y si hemos de
hacer caso a las declaraciones del ministro
de Economía español al salir del último Ecofin, estamos muy lejos de medidas que permitan compartir riesgos,
y es que en su opinión, la Unión Monetaria Europea necesita reformas, porque no funciona
“correctamente”. Claro que justo es en aquello en lo que no
funciona en lo que se basa su supervivencia: presupuesto común, mutualización
de deuda, fondo de resolución bancaria,
garantía paneuropea, ministro de finanzas común, cobertura de
desempleo…, en fin, que aunque estemos ocupados con Cataluña, lo cierto es que
en Europa, el entusiasmo necesario para aterrizar las voluntades expresadas en
los momentos más delicados del euro y que sirvieron para convencer a los
mercados de la voluntad de darle continuidad y reforzarlo, no acaban de aparecer.
De hecho, hasta incluso han desaparecido del discurso del Presidente de BCE, los llamados a profundizar en las reformas que
habrían de permitir recuperar pronto la normalidad monetaria, cada vez más
anormal si nos atenemos a que, a la vista de lo escaso de los avances
reformadores, su atención pública ya se centra casi exclusivamente en la
política monetaria y en la puerta que quiere dejar abierta a mantener más
tiempo aún, si se precisa, la compra de títulos. Difícil de encajar esto con lo
que se deduce de las sucesivas revisiones a mejor
del crecimiento en Europa, pero parece que el presidente del
BCE finalmente ha optado por hacer aquello que los gobiernos esperan que haga.
Hoy día, los mercados no descuentan un alza de tipos de interés en la eurozona
antes de 2019, justo el año final del mandato del italiano, de modo que podría
darse el caso de que dejase el puesto sin haber llegado a comenzar el proceso
de normalización.
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