jueves, 16 de noviembre de 2017

¡AY ALEMANIA!



Quizá con el estruendo generado por la crisis de Cataluña no se ha dado cuenta, pero Alemania sigue sin formar gobierno, y aunque aún quedan siete semanas para acabar el año, el asunto no está ni mucho menos resuelto. Lo más claro es que la coalición será la llamada Coalición Jamaica –en Alemania asocian colores a los partidos y Verdes (obvio), Liberales (amarillo) y Demócrata Cristianos (negro)-, y estos tres están condenados a entenderse, dado el paso atrás de los Socialdemócratas desde el primer día, irritados con el pobre resultado electoral, y el apartamiento que se pretende de Alternativa por Alemania, la extrema derecha eurófoba.

¿En que pueden poner de acuerdo los democristianos a verdes y liberales? En poca cosa. Sus posiciones divergen en todos los asuntos considerados esenciales: inmigración, proyecto europeo, seguridad, política exterior…, en fin, que aunque el país está acostumbrado a gobernar en coalición -los gobiernos monocolor son excepción- apostar por una tardía formación de gobierno -quizá enero- no parece muy arriesgado, y esperar un programa ambicioso con Europa, que es lo que aquí nos importa, una ilusión.


Los acuerdos serán de mínimos, de modo que el eje franco-alemán tan aludido como nuevo motor europeo tras la victoria del “outsider” Macrón en las presidenciales francesas, puede resultar un eje descafeinado. Las ambiciones expresadas por el presidente francés en su celebrado discurso del pasado septiembre en La Sorbona, pueden quedar barridas por el practicismo alemán, y si hemos de hacer caso a las declaraciones del ministro de Economía español al salir del último Ecofin, estamos muy lejos de medidas que permitan compartir riesgos, y es que en su opinión, la Unión Monetaria Europea necesita reformas, porque no funciona “correctamente. Claro que justo es en aquello en lo que no funciona en lo que se basa su supervivencia: presupuesto común, mutualización de deuda, fondo de resolución bancaria,  garantía paneuropea, ministro de finanzas común, cobertura de desempleo…, en fin, que aunque estemos ocupados con Cataluña, lo cierto es que en Europa, el entusiasmo necesario para aterrizar las voluntades expresadas en los momentos más delicados del euro y que sirvieron para convencer a los mercados de la voluntad de darle continuidad y reforzarlo, no acaban de aparecer. De hecho, hasta incluso han desaparecido del discurso del Presidente de BCE, los llamados a profundizar en las reformas que habrían de permitir recuperar pronto la normalidad monetaria, cada vez más anormal si nos atenemos a que, a la vista de lo escaso de los avances reformadores, su atención pública ya se centra casi exclusivamente en la política monetaria y en la puerta que quiere dejar abierta a mantener más tiempo aún, si se precisa, la compra de títulos. Difícil de encajar esto con lo que se deduce de las sucesivas revisiones a mejor del crecimiento en Europa, pero parece que el presidente del BCE finalmente ha optado por hacer aquello que los gobiernos esperan que haga. Hoy día, los mercados no descuentan un alza de tipos de interés en la eurozona antes de 2019, justo el año final del mandato del italiano, de modo que podría darse el caso de que dejase el puesto sin haber llegado a comenzar el proceso de normalización.    

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