Si exportamos la correlación, estos días hemos tenido que responder a un importante aumento de las preguntas relacionadas con la seguridad del sistema financiero español con el foco puesto en Bankia y centradas en la seguridad de depósitos y cuentas corrientes. Seguramente, el sistema de cálculo de la audiencia de la emisora de radio nos diría, tras aplicar los correspondientes coeficientes, que estamos asistiendo a un fuerte ascenso, casi vertical, de la salida de capitales del sistema financiero español. Ya hemos hablado de esto referido a patrimonios importantes, pero ahora, afecta a personas de patrimonios más modestos que nunca hubiesen pensado en preguntarse acerca de esto. Imaginemos cual es la actitud de los grandes capitales y caeremos en la cuenta de que un país cuyo sistema financiero sufre tal desgaste, está en una situación que no puede prolongarse mucho tiempo. Estamos pues en una situación extremadamente delicada, que exige de algún evento de gran magnitud que cauterice la herida. ¿Por qué no es posible frenar desde Europa aquello que el Gobierno español ya se ve imposibilitado de frenar? Resulta difícil asumir que sea una cuestión de indiferencia o algún modo de castigo ejemplar, pues si Lehman fue un evento sistémico, que podemos decir del sistema financiero español. Los norteamericanos empezaron por retiran activos tóxicos, pero acabaron entrando en el capital para poder utilizar el poder de apalancamiento que eso ofrece. La entrada en el capital es clave. De donde salen los recursos, es la pregunta del billón. Si Europa no resuelve pronto la forma de entrar en el capital de sus bancos, el frágil sistema en el que se apoya el euro arriesga con colapsar.
Hay una fuerte presión para que el BCE compre deuda, pero asumamos pronto que es más que posible que el ciclo de inestabilidad, miedo, reuniones, esperanza, y desencanto que caracterizó las respuestas desde 2010, esté ya agotado. Ahora, tras el cambio político en Francia, en Alemania ha llegado el tiempo de decidir. Su problema, nuestro problema, es que se ven cogidos en una trampa en la que están obligados a elegir entre asumir un importante grado de mutualización de deuda, que será más exigente cuanto mayor sea el tiempo que pase, o afrontar la probabilidad muy alta de una ruptura del euro que despierte los monstruos que las voluntaristas decisiones que envolvieron su creación, intentaron enterrar. No hay mucho tiempo para demoras. Si eligen esperar, tenemos por delante un futuro muy comprometido. Hasta aquí hemos llegado y aunque no me gusta, sospecho que así estamos.
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