Estábamos en el mes de julio cuando el Banco Central de China, requería a la banca comercial la compra de una emisión especial de bonos a corto plazo por importe de 15.000 millones de Usd, que sería remunerada con un modesto interés del 1,5%. Se trataba de drenar liquidez para moderar la expansión del crédito. Sin embargo, a pesar de recurrentes medidas moderadoras, en los tres primeros trimestres de 2009, el crecimiento del crédito respecto al mismo periodo de 2008, es de un 153% y ya dobla el importe prestado en todo 2008. El crecimiento neto del crédito está previsto que alcance los 1,6 billones en 2009 frente a los 0,6 billones en 2008, importe que equivale a cerca del 35% de su PIB. Demasiado. Incluso para China.
Es razonable encontrar mil y una crónicas relativas a la formación de una burbuja. Incluso, como ya hemos señalado aquí, es también razonable que existan serias dudas sobre el destino final de esa enorme cantidad de crédito, que puede estar en parte siendo “enterrado” en subsidiar sectores económicos considerados estratégicos por el Gobierno y que se han visto afectados por el desplome del comercio mundial.
Y es que si hemos de atender a las estimaciones de analistas, aproximadamente un tercio del total del crédito se destina allí a los mercados bursátiles e inmobiliario. Aunque en 2008 la tasa oficial de morosidad fue del 2,81%, ya hay precedentes de tasas del 20% en 2003, lo que obligó entonces a abordar reformas en el sector financiero retirando del balance de los bancos esos préstamos impagados para situarlos fuera del mismo en agencias destinadas a gestionarlos. A pesar de ocasionales medidas de control, las estimaciones de cara a 2010 son que se mantenga el elevado ritmo de crecimiento crediticio. Mantener el crédito fluido y barato es posiblemente la herramienta clave a través de la que el Gobierno trata de acercar el desarrollo a las áreas del interior. Sobre las consecuencias no deseadas de un fenómeno de este tipo no hace falta extenderse. Lo que ocurre es que mientras Occidente mira a China con la esperanza de que actúe como bálsamo del estallido de su propia burbuja bajo el supuesto de que una apreciación del yuan actuaría como elemento de reequilibrio, los gobernantes chinos, pueden temer que la sola expectativa de revaluación, atraiga fuertes sumas de capital especulativo, acentuando el riesgo de desequilibrio sobre un sistema que según demandan los propios occidentales, se ve obligado a reinventarse para volcarse en el consumo.
Hay quien, como Krugman, sugiere que los chinos han de cambiar su política monetaria para hacerla menos laxa, y con ello evitar el sufrimiento de los trabajadores norteamericanos en paro. Gran parte de la solución radica, en opinión del premio nobel, en la apreciación del yuan. Si los asiáticos, cuya población activa se estima en 800 millones de personas, de las cuales el 50% vive confinada en zonas rurales de producción agrícola, con unos ingresos que apenas llegan al 10% del total, han de convencerse de las bondades de un cambio de política con el argumento del sufrimiento de los trabajadores norteamericanos en paro, tenemos para rato. Y esto no cambiará por mucho que Krugman insista en que si él fuese el Gobierno chino, estaría muy preocupado por el desequilibrio comercial entre los dos países. Francamente, el argumento no está a la altura debida. Veremos que pasa en 2010 una vez que los chinos entiendan que llega el momento de hacer un ajuste más intenso y permanente sobre el crédito, pero seguramente, y mientras no amenace la inflación, no será fácil que muevan pieza.
JMPazos, has de tener en cuenta que recien, Krugman tiene un giro hacia lo exclusivamente norteamericano. El resto del orbe, como dice tu encuesta, que les vayan dando. Un saludo
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