Permítame que
le hable de mi ciudad. Al avanzar en este relato entenderá porqué. Representada
desde 2007 por un alcalde singular
que tiene la pretensión de pasar a la historia como su mejor edil , nos
encontramos a la entrada de su Ria con las Islas Cíes, archipiélago que forma
parte del Parque Nacional de las Islas
Atlánticas y que constituyen su atractivo turístico más
conocido. Quizá lo justifique que, según el diario The Guardian, la mejor playa del mundo
esté en las Cíes. La conservación del Parque llevó a la Xunta a limitar el
número de visitas. Obtener una de esas
plazas es uno de los mayores objetos de deseo de quienes la visitan. Su
industria pesquera -es uno de los principales puertos pesqueros del
mundo-, los astilleros, la fábrica de
Citroën y el comercio han sido sus tradicionales motores económicos. La ciudad
ha sufrido con fuerza una sucesión de crisis de la que muy lentamente trata de
recuperarse.
En uno de sus
barrios más populares de nombre El Calvario, imagino que porque se encuentra en
la parte más alta de la ciudad, en el otro extremo del área portuaria y por
tanto alejado de la zona habitual de los visitantes, me di de bruces con el
protagonista de este relato. No disponía de demasiado tiempo y por lo tanto mi
observación se limitó a hacer algunas fotografías. En un tiempo donde el
crecimiento del e-comerce amenaza a
los locales comerciales, en un barrio obrero de una ciudad industrial, lejos del circuito de esa otra industria en
expansión que es el turismo, allí estaba, en una esquina bien iluminada, un
local de no menos de 100 m2 con evocaciones de joyería. Con algo similar a un
cajero automático en su puerta, el cartel en relieve despejaba cualquier duda “Compra-Venta
de Criptodivisas”. Al modo de esas películas donde el actor desciende
de la pantalla para aterrizar en el mundo real, en tan singular lugar de Vigo
se había producido la materialización de una contra-tendencia. Uno de los
iconos del mundo online que más
espacio está ganando en la prensa mundial, el bitcoin, se pasaba al mundo offline.
Por si las dudas, el cartel “Bitcoin
Exchange” lucía en la otra esquina. ¿Una flagship store quizá? ¿la obra de un lunático? ¿una cadena mundial?
¿un negocio emergente? ¿quién está detrás? No tengo respuesta porque mi avión
salía en 50 minutos, pero tengo apetito por saciar mi curiosidad. En pocas
semanas regresaré para pasar allí los días de Navidad y el lugar estará en mi
lista. Dispondré entonces de tiempo y hasta es posible que utilice el cajero
para comprar lo que imagino serán céntimos de bitcoin, dado lo astronómico de su cotización. O quizá ya se haya
desplomado y compre el doble de lo que hubiese comprado esta semana. Quién
sabe.
Con la
explosión del fenómeno “bitcoin” desde mediados de 2017, la criptodivisa,
aparecida en 2008, reúne los suficientes elementos para ser tomada en serio
(desde entonces han surgido cerca de 2.000 criptodivisas) pero su valor de hoy
es la simple consecuencia de un fenómeno puramente especulativo. No reviste ni
una sola de las tres características exigidas a una moneda: i) No es un modo
eficiente de pago: Su procesamiento es caro (3,5$ de media); es lento (puede tardar
desde un mínimo de 10-20 minutos hasta 18 horas si hay mucho tráfico en la
red); y está escasamente aceptada.
ii) No es una unidad de cuenta fiable:
Su apreciación anima a su atesoramiento y no a su circulación. iii) No es un
depósito estable de valor: Con una volatilidad del 95% ha tenido más episodios
de depreciación intensos en su breve historia que los principales índices de
renta variable desde el final de la IIGM. No hay espacio para más, pero al
menos me ha dado la excusa en los 22 años de historia de este comentario, de
“colar” un publirreportaje de Vigo, una ciudad hermosa…vista desde el mar.
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