lunes, 29 de diciembre de 2014

LO QUE ACONTECERÁ EN 2015 ¿O NO?


A todos los que estamos cerca de los mercados financieros nos gusta el ejercicio del pronóstico. Nuestro éxito y el reconocimiento social dependen de que nuestras predicciones se cumplan, porque la capacidad de pronosticar –acertadamente, se supone- es sinónimo de riqueza. Un neuroeconomista de la Universidad de Minnesota –existen esos especímenes en Minnesota- estudió con un colega de la Universidad de Cambrige a los operadores financieros de más éxito en la City londinense y para su sorpresa establecieron una relación directa entre los beneficios que obtenían de sus operaciones y la longitud relativa de los dedos anular e índice de su mano derecha. No era poca la diferencia. Aquellos con el dedo anular más largo respecto al índice, ganaban hasta diez veces más. Si no sabía esto, seguramente se habrá visto tentado a dos cosas: la primera comprobar la fecha para ver si todavía es 28, lo segundo comprobar el tamaño relativo de sus dedos índice y anular. Los científicos, Rustichini y Coates, sabían ya de esa diferencia en otros campos como la música y el deporte. Es decir, que parece que la biología pone su parte en los resultados –recordemos que de suma cero- que se registran en los mercados financieros. Hoy, la ciencia del neuromarketing nos demuestra que la abrumadora mayoría de decisiones que tomamos son basadas en la intuición, pero ya los trabajos de Kahneman y Tversk, premiados con el Nobel de Economía en 2002, se basaron en el aprovechamiento científico de la intuición y no tanto para saber si confiar en ella, sino en como entrenarla para poder fiarnos.

Además de que estas fechas son propicias al pronóstico, surge la idea de esta nota tras haber leído que una de las estrellas fulgurantes de Wall Street, la gestora Whitney calificada en 2007 por Fortune como la segunda mejor “ojeadora” de la bolsa de NY, cerraba en agosto su consultora tras tres años de pérdidas, y que su fondo de inversión tiene serios problemas con los inversores a los que había prometido retornos del 17% cuando solo ha podido ofrecer pérdidas del 11%. Es el eterno debate entre aquellos que defienden que la gestión activa no aporta nada que la pasiva no ofrezca y es sin duda mucho más barata. No se trata tanto de anticiparse a los mercados, como de saber seguirlos. Multitud de estudios demuestran año tras año que el hombre no es capaz sostenidamente de batir al mercado, y que son los gestores pasivos, aquellos que se limitan a tener una buena estrategia para seguirlos, los que ofrecen mejores resultados comparados. Decía Warren Buffet en su carta a los inversores de 2014 que a su muerte, el mejor consejo que podía dar a su viuda era invertir nueve décimas partes de su fortuna en el S&P 500.

Si todavía le quedan ganas de saber lo que deparará el año 2015 en los mercados financieros, y tras recordarle que Kierkegaard, filósofo del individualismo, afirmaba que la multitud nunca está en la verdad, ha de saber que las grandes apuestas -¿pueden llamarse así?- de los inversores de cara a 2015 tienen la apreciación del dólar como su eje principal. La apuesta por la economía norteamericana es casi unánime, paradójica si nos atenemos al resultado electoral de mitad de mandato. Otra apuesta muy fuerte es por la renta variable frente a la fija, particularmente sobre los índices de Japón y de India. Hacía mucho tiempo que no había tal consenso, tal multitud apelotonada en unos pocos pronósticos. ¿Acudirán más antes de dispersarse? Buena pregunta. Mire sus dedos antes de responder.

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