Nos asomamos a una racha de viento en contra con una nueva oleada de pronósticos cargados de pesimismo. Como no todos podemos recurrir al antídoto de invitar a comer a un ministro, que es lo que me recomendó conveniente un Presidente de empresa cuando el pesimismo me abrume, más que nada porque los ministros gustan de compañía más principal, alrededor de mesas bien puestas y excelsas viandas, y no está la situación para esos dispendios, hemos de buscar contrapeso lejos de poder y mesa que tan bien combinan en nuestro país en las zonas urbanas próximas a donde se desarrolla el ejercicio de poder en cualquier capital que se precie, tenga o no tal rango administrativo.
Invitado a un análisis
para disertar ante un reducido grupo de miembros de un destacado lobby francés
con origen en los años de mitad del siglo XIX sobre el estado presente de la economía
española, había sido advertido de la consabida confidencialidad, pero también
de su natural propensión a debatir y preguntar para no dejar asunto en el
tintero por delicado que este sea. Mi interés por Francia radica más en aquello
que pueda favorecernos para salir lo antes posible del cul-de-sac en el que nos encontramos que en el grado de simpatía
con el que tratar o nos tratan sus muy exquisitos ciudadanos. No tengo queja de
esto. Más bien siento algo tan patrio como la envidia. No hay nada
tipo Conference
Olivaint en España. No al menos que yo conozca, y ya va siendo hora.
Limitado por la confidencialidad relativo a
la identidad de los asistentes y a lo allí por ellos manifestado, creo no
romper secreto alguno si digo que disfruté del encuentro al repasar lo que con
enorme sufrimiento la sociedad española ha logrado en estos años de esfuerzo y
ajuste, y que ha tenido como primera consecuencia haber recuperado competitividad,
-entre un 9% y un 14% según el país con el que nos comparemos-, haber mejorado
de forma muy importante en productividad –mala (por destrucción de empleo) y
buena (por reparto del trabajo)-, haber comenzado a devolver deuda a nuestros
acreedores extranjeros, haber incrementado nuestras exportaciones para alcanzar
superávit comercial excluyendo las importaciones de energía, que son nuestra
cruz. Y todo, a pesar de que en el Gobierno nos han subido todos los impuestos,
los bancos todavía no funcionan, y la administración publica no ha empezado su
reforma.
Es decir, que hemos dado un salto sideral si tenemos en cuenta las
dificultades del camino. Todo gracias a los valientes empresarios que creen, y
a esa gran parte de trabajadores, asalariados y autónomos que soportan a cambio
de esperanza la devaluación interna que nos está sacando del cul-de-sac. Me alegró ver que nuestros
vecinos del norte reaccionaban con satisfacción, y comprobar que lo que les
contaba provocaba en ellos más temor por lo que les resta por hacer en su país
que por lo que a nosotros nos provoca lo que nos resta por hacer en el nuestro.
Bueno JM vas viendo algo de ánimo, a pesar de todo!
ResponderEliminarLo que no estoy tan seguro es cuanta parte del ajuste es a causa de las políticas del Gobierno y cuanta es consecuencia del estado de necesidad de los ciudadanos. Por ser más de lo último soy más optimista.
EliminarSi el salto sideral lo han hecho y lo hacen los ciudadanos emprendedores y ciudadanos sacrificados en este país ¿que pintan los políticos?¿para qué tanto estado? ¿que hacen la inmensa mayoría de universidades públicas?
ResponderEliminarEn mi opinión y a consecuencia de lo que observo, la ausencia de competencia hace de nuestras universidades organizaciones mediocres, donde el esfuerzo no tiene recompensa. Tampoco en política el premio tiene que ver con lo bien que se hagan las cosas. El esfuerzo nunca es muy popular. La demagogia tiene más consumo.
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