Fue a uno de estos economistas norteamericano, a los que la crisis ha hecho tan popular, al que leí hace solo algunas semanas, que el dólar, antes de hundirse ahogado en su propia deuda, no lo haría sin haber pasado por volver a cambiarse 1:1 frente al euro.
Curiosamente, otro conocido economista, en este caso español, pero que trabaja para una entidad norteamericana, decía, no hace demasiadas semanas, que el dólar difícilmente bajaría de 1.40 y aún así lo aceptaba algo por debajo (1.38) solo porque se lo decían sus analistas técnicos. Creía que estábamos en mínimos y que el camino que cabía esperar del año era el de retorno hacia 1.60. Así se manifestaba en un artículo y lo reiteraba días después en una reunión de analistas financieros cuya primera fila estaba ocupada por dos exministros de economía, y algún exsecretario de Estado del ramo. Igual le pasó a la locutora de deportes de RNE que desde el Sanchez Pizjuan, justo antes del inicio de la tertulia que anteanoche me ocupó, negaba la posibilidad del cese del entrenador del Sevilla. La noticia de alcance con la que el director del programa cerraba nuestra tertulia 60 minutos después era el cese del entrenador. Eso nos permitió a cada uno de los allí presentes recordar anécdotas semejantes y resultó que coincidimos en que sólo aquel que se pronuncia está expuesto a equivocarse.
En lo que no coincidimos fue en la lectura de la situación europea. A mi entender, la crisis griega está dejando lugar a una autentica revolución silenciosa en la que los alemanes van a decir todo, o casi todo, sobre el futuro europeo. Hace unos días escribía sobre el “experimento griego”. Consiste en saber hasta donde aguanta una sociedad occidental desarrollada el tipo de medidas que estaban tradicionalmente reservadas a las economías en desarrollo. El Tratado de Lisboa ha cambiado las reglas de juego de la Unión y eso significa más poder de decisión para Alemania. Pero eso usted ya lo sabía.
Ese poder alemán va a imponer unas reglas del juego nuevas, que querrán pasar más pronto que tarde por la reforma del Tratado de Maastricht. Solo pensar en las consecuencias que para el euro puede tener el proceso de ratificación de las nuevas reglas de un nuevo Tratado, eriza la piel. Pero del mismo modo que no se conocen experiencias en el mundo de salidas de una fase de sobreendeudamiento sin episodios de alta inflación, tampoco se conocen crisis de la Unión Europea que no hayan tenido como consecuencia un proceso de reforzamiento institucional. Solo seis años después de la debacle del SME con el abandono del sistema por algunos países, nacía el euro como moneda escritural. Absolutamente impensable en septiembre de 1992.
Pues bien, anteanoche, alguno de mis contertulios, calificaba como impensable la sola posibilidad de que Alemania estableciese y exigiese el cumplimiento de determinadas condiciones para estar en el euro. Condiciones del tipo, “el que no cumpla, se va”; “o lo echan”. Este es un cambio extraordinariamente importante, y es algo que no veía así de claro antes de la fase aguda de la crisis de los países del Club Med. Antes pensaba como hipótesis en un abandono alemán. Hoy no. Hoy, cuando algunos países como es el caso de España, solo pueden competir en precio, si atendemos a lo que opina el Secretario General de CC.OO. y cuando otros como Portugal ven como se baja su calificación a pesar de no estar peor que Reino Unido, ya se percibe, que no volverá el euro a 1,60 sin haber pasado antes por el borde del abismo de su desaparición. En esto, estoy mucho más cerca del pronóstico del norteamericano, que de mi sabio colega español. Mi ventaja respecto a la locutora, es que esto, no lo vamos a saber mañana. Mientras tanto, le doy un nombre clave: Schäuble.
Curiosamente, otro conocido economista, en este caso español, pero que trabaja para una entidad norteamericana, decía, no hace demasiadas semanas, que el dólar difícilmente bajaría de 1.40 y aún así lo aceptaba algo por debajo (1.38) solo porque se lo decían sus analistas técnicos. Creía que estábamos en mínimos y que el camino que cabía esperar del año era el de retorno hacia 1.60. Así se manifestaba en un artículo y lo reiteraba días después en una reunión de analistas financieros cuya primera fila estaba ocupada por dos exministros de economía, y algún exsecretario de Estado del ramo. Igual le pasó a la locutora de deportes de RNE que desde el Sanchez Pizjuan, justo antes del inicio de la tertulia que anteanoche me ocupó, negaba la posibilidad del cese del entrenador del Sevilla. La noticia de alcance con la que el director del programa cerraba nuestra tertulia 60 minutos después era el cese del entrenador. Eso nos permitió a cada uno de los allí presentes recordar anécdotas semejantes y resultó que coincidimos en que sólo aquel que se pronuncia está expuesto a equivocarse.
En lo que no coincidimos fue en la lectura de la situación europea. A mi entender, la crisis griega está dejando lugar a una autentica revolución silenciosa en la que los alemanes van a decir todo, o casi todo, sobre el futuro europeo. Hace unos días escribía sobre el “experimento griego”. Consiste en saber hasta donde aguanta una sociedad occidental desarrollada el tipo de medidas que estaban tradicionalmente reservadas a las economías en desarrollo. El Tratado de Lisboa ha cambiado las reglas de juego de la Unión y eso significa más poder de decisión para Alemania. Pero eso usted ya lo sabía.
Ese poder alemán va a imponer unas reglas del juego nuevas, que querrán pasar más pronto que tarde por la reforma del Tratado de Maastricht. Solo pensar en las consecuencias que para el euro puede tener el proceso de ratificación de las nuevas reglas de un nuevo Tratado, eriza la piel. Pero del mismo modo que no se conocen experiencias en el mundo de salidas de una fase de sobreendeudamiento sin episodios de alta inflación, tampoco se conocen crisis de la Unión Europea que no hayan tenido como consecuencia un proceso de reforzamiento institucional. Solo seis años después de la debacle del SME con el abandono del sistema por algunos países, nacía el euro como moneda escritural. Absolutamente impensable en septiembre de 1992.
Pues bien, anteanoche, alguno de mis contertulios, calificaba como impensable la sola posibilidad de que Alemania estableciese y exigiese el cumplimiento de determinadas condiciones para estar en el euro. Condiciones del tipo, “el que no cumpla, se va”; “o lo echan”. Este es un cambio extraordinariamente importante, y es algo que no veía así de claro antes de la fase aguda de la crisis de los países del Club Med. Antes pensaba como hipótesis en un abandono alemán. Hoy no. Hoy, cuando algunos países como es el caso de España, solo pueden competir en precio, si atendemos a lo que opina el Secretario General de CC.OO. y cuando otros como Portugal ven como se baja su calificación a pesar de no estar peor que Reino Unido, ya se percibe, que no volverá el euro a 1,60 sin haber pasado antes por el borde del abismo de su desaparición. En esto, estoy mucho más cerca del pronóstico del norteamericano, que de mi sabio colega español. Mi ventaja respecto a la locutora, es que esto, no lo vamos a saber mañana. Mientras tanto, le doy un nombre clave: Schäuble.