Por
alguna razón que ahora no recuerdo, hube de acudir al Congreso de los Diputados
recién iniciado el otoño. El año 2012 se acercaba a su cierre, y en aquellos
días no había otra inquietud que el déficit presupuestario. El destino de
España y de sus pasajeros pendía de aquella cifra mágica. Las estimaciones de los analistas eran muy
malas y cundía el pesimismo. Una voz, para mi familiar, se acercó al corro de
debate y me dijo en voz baja: “será el 7.1%”. Me giré para asegurarme de quién
me hablaba.
Esa misma semana me reuní a cenar con un grupo de amigos en el que
abundan los periodistas económicos. Unos cuantos leen esto y no me dejarán
mentir. En un alarde, les dije:
“anotaros esta cifra, 7.1%, ese será el
déficit”. Caras en el mejor de los casos
de “¿y tú como lo sabes?”. Ellos, mejor que nadie, saben que llega un momento
de “no más preguntas”. Cuando el presidente del Gobierno anunció un déficit de
6.7%, alguno de los asistentes a la cena me llamó. Recordaba bien la cifra. “Te
has equivocado”. Me callé aceptando la crítica, pero la verdad es que me dije:
“tú espera”.
Ayer, Eurostat, la agencia estadística europea, daba la cifra final
oficial. Excluyendo ayudas a la banca, el déficit fiscal de España en 2012 fue
¡7,1%! Pocas veces me alegré tanto de
tener un Gobierno manirroto. Pero la cuestión: ¿fue casual?, o ¿cómo alguien
podía saber en octubre que sería 7.1%? Lo
cierto es que yo le creí, y como no soy del todo estúpido, me da que la cocina
es grande. Esta noche ceno con aquellos
mismos amigos, y prometo pasarlo fenomenal. Ahora bien, confieso que mi
confianza en las estadísticas no ha mejorado absolutamente nada. En las fuentes,
todo lo más.
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